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Gorda

  Engorde. Cada vez que esto pasa, vuelven todos los recuerdos escabrosos de mi infancia. Mi relación con mi cuerpo siempre fue terrorífica. Desde que tengo uso de razón, me levanto y lo primero que miro es mi panza. La bola de grasa que crece día a día al comer.  Cada centímetro de grasa representa el horror. También representa miles de momentos donde fui feliz al comer. Cada sonrisa al morder un pedazo de bizcochuelo de dulce de leche. Cada momento en el que intente vomitar mi almuerzo.  Bola de fraile. Paquete de yerba. Gorda tetona. Eso era. Desde los 10 años donde me lo hicieron notar mis compañeros, nunca nada sería igual.  Los pantalones tiro bajo eran mis enemigos número uno. Aprendí a esconderme debajo de remeras largas y oscuras, y a aceptar que si no hacia dieta, nunca sería cómo las demás chicas. Me la pasaba deseando tener la panza chata cómo las modelos que veía en la tele o las bailarinas del programa de Tinelli. Nunca jamás ni con la dieta más fuerte ...

Azufre

Azufre. Me la paso respirando azufre.  Me encuentro en un lugar oscuro y llena de raíces que atraviesan mis brazos. Te llamo y no estas.  Recuerdo las luces que recorrían tu cuerpo.  No estas, no te veo. No estas.  Tengo miedo de que se disuelvan mis recuerdos de vos en esta oscuridad. Azufre. Siento el azufre.  Siento las raíces.   Te siento transpirado pero no te encuentro en ningún lado.  Volvé, por favor ¿No te das cuenta que te estoy llamando?

Me perturba

  Me perturba lo erizada que me haces poner la piel. Te veo y se me electrifican los sentidos, me arrolla un tren de emociones nuevas. La tentación me domina, me supera, me asfixia. Me perturba lo mucho que me gusta tu ternura. Te veo y me imagino de la mano al lado tuyo, me arrolla la idea de un futuro feliz. El afecto me envuelve, me rompe, me mata. Me perturba lo mucho que me gusta que me perturbes. Te veo y me imagino ahogada, me arrollan ideas de muertes placenteras en tus manos. El terror me excita, me alivia, me sana.

Otra

L o que siento yo, lo siente otra. Otra, en alguna cama, en algún lugar, l lena de sentires replicados en su cuerpo. Lo que siento yo, mezcla de amor y mezcla de vacío, lo siente otra, que no sabe si debe o no debe ser lo que es. Lo que siento yo, lo siente otra. Otra que no puede volar, no puede besar, no puede acariciar. Esa otra, siente mucho, porque dejo de sentir. Dejo de sentir, para morirse de amor y no amar. Ve un cuerpo, una silueta, una clara sonrisa, pero no ve nada.  Lo que siento yo, lo siente otra, que no siente, lo que siento yo.

Católica

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La palabra católica tiene una fuerza inconmensurable y aplastante para mí. La escucho y resuenan las campanas de Nuestra Señora del Rosario, iglesia donde me forme escolarmente y me crie en la fe.  Iglesia en donde mire por primera vez con deseo a una amiga y escuche por primera vez que eso era pecado. Me obsesione con el pecado. Excitante palabra que me genera hoy en día sensaciones delirantes e inexplicables.  Me sentaba en los bancos de atrás con mi compañerita, una dulce pelirroja que me miraba con la cara pecosa más linda que había visto en esa época. Sonreíamos sonrojadas, porque las dos sentíamos esa electricidad de la tensión creciente generada por el roce de la piel. El deseo, aliado del pecado. Yo comulgaba, pero cuando comía la ostia pedía firmemente no ser una chica buena, quería que me desearan y tocarán cómo yo quería desear y tocar, y no entendía porque todo eso estaba mal. El deseo se potenciaba mientras miraba la imagen de la virgen, sufriente, gozando ese suf...