Gorda
Engorde.
Cada vez que esto pasa, vuelven todos los recuerdos escabrosos de mi infancia.
Mi relación con mi cuerpo siempre fue terrorífica. Desde que tengo uso de razón, me levanto y lo primero que miro es mi panza. La bola de grasa que crece día a día al comer.
Cada centímetro de grasa representa el horror. También representa miles de momentos donde fui feliz al comer. Cada sonrisa al morder un pedazo de bizcochuelo de dulce de leche. Cada momento en el que intente vomitar mi almuerzo.
Bola de fraile. Paquete de yerba. Gorda tetona. Eso era. Desde los 10 años donde me lo hicieron notar mis compañeros, nunca nada sería igual.
Los pantalones tiro bajo eran mis enemigos número uno. Aprendí a esconderme debajo de remeras largas y oscuras, y a aceptar que si no hacia dieta, nunca sería cómo las demás chicas.
Me la pasaba deseando tener la panza chata cómo las modelos que veía en la tele o las bailarinas del programa de Tinelli. Nunca jamás ni con la dieta más fuerte lo logré, aunque la grasa disminuyera, mi panza siempre tenía forma de bolita. Podía estar demacrada de cara y pesar 50 kg, nunca lograba estar feliz. Ah pero cómo me halagaban, todo el mundo destacaba mi esfuerzo, lo linda que estaba. Y yo demacrada.
Sos linda pero sos gordita, me dijo mi primer novio. Hice tanta dieta que se me marcaban muchísimo las clavículas y tenía mucho frío constantemente.
Mi novio igual me dejo, volvió y se fue de nuevo. No importaba cuan delgada estuviera, siempre sería la ex gorda, la rara, la tonta. Porque eso también es una verdad, si bien estas muy linda para los demás, siempre existe el riesgo porque sos la ex gorda. Por ende, siempre te lo van a remarcar cuando comes una porción de más o con una mirada de arriba abajo en modo de advertencia, en modo de no te dejes estar, podes ser gorda de nuevo.
El problema era cuando me cansaba de hacer dieta, y empezaban los atracones. Esos malditos momentos donde me paraba enfrente de la heladera, robaba comida y esperaba que la ingesta de grasa me devuelva un poco de la felicidad perdida.
La bolita crecía lentamente, pero siempre crecía.
Volvía a ser gorda y me atocompadecia comiendo cada vez más, todo lo que pudiera, dejando los deportes y llorando mis desgracias con un pedazo de sanguche de milanesa en la mano.
Esto no tiene un final feliz, porque la maldición del odio sobre mi cuerpo, me siguió persiguiendo.
Volví una y otra vez a entrar en dietas y ejercicios constantes y exhaustivos hasta estar demacrada de nuevo y seguir con el círculo vicioso al volver a engordar.
Engorde.
Quizás esta historia no tiene un cierre, pero lo que cambió esta última vez al engordar, fue cómo me vi en el espejo.
Hoy me estaba bañando, me miraba la panza, la bola que creció. Por primera vez en muchos años me vi más gorda y me sentí linda.
Recordé la última vez que me desnude frente a un otrx, y también recordé lo linda que me sentí con mi cuerpo, cómo quizás hace tiempo no me sentía. No por lx otrx, sino por mi. Desnuda frente a ese ser demostrando que no me importa si me ve más gorda, el placer se da igual.
Se que probablemente esta sensación no dure demasiado y vuelva a intentar bajar de peso. Pero la realidad es que en ese instante en el que me mire y vi mi cuerpo hermoso lleno de grasa nueva, supe que quizás estoy ganando un par de batallas. Batallas, que por supuesto quizás mañana pierda de nuevo. Pero por ahora me quedo con la sonrisa reciente frente a mi cuerpo más gordo, más robusto, más nutrido y más hermoso.
Hermosa, creo que lo soy a mi manera, y no precisamente por mis rasgos hegemónicos, sino por los que no lo son tanto.
Esto no es una oda al amor propio, esto es un encuentro con una parte de mi que quizás, se empiece a querer un poco.
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